Conocí a Juan Gatti personalmente a finales de los años noventa, en Marbella, en casa de Elena Benarroch, a la que comenzábamos a conocer también en aquellos días de un indeleble verano. La huerta, una particular versión de la Maison de Verre de Pierre Chareau, pronto se convertiría para mí, en el escenario esencial de mil vivencias durante años de veraneos felices, de risas, amistad y elucubraciones artísticas y vitales siempre compartidas con Juan.

Aquella primera vez, Elena y Papu preparaban una gran fiesta de cumpleaños doble, la de Antonio Banderas y Melanie Griffith… Nosotros, Dunia y yo, habíamos sido invitados, de segundas, por un productor, con el que preparábamos un largometraje que nunca se rodó (Lifting, una comedia sobre cirugías plásticas). En esa gran soirée en los jardines llenos de invitados ilustres y a pesar de los acogedores anfitriones, Dunia y yo nos sentíamos como peces fuera del agua, hasta que apareció Juan Gatti.

Se produjo, enseguida, la atracción imantada en cuanto cruzó con nosotros unas primeras palabras acertadas, divertidas y definitorias de una compatibilidad en la forma de mirar la vida. Y allí nos juntamos, riendo, imaginando y parloteando toda una larga noche, sentados en las tumbonas de la piscina. Imagino que él también, aquella vez, se estaba refugiando en nosotros, porque Gatti, en realidad, combina su gran don de gentes y habilidad social con una frágil timidez que le confiere muchísimo encanto y ternura.

Así lo veo, contradictorio y complejo, pero también directo y adolescente, como aquella vez que huía de su propio estreno sin que nadie se enterara, en el cine Capitol de Madrid. Las cámaras que retransmitían el photocall en la gran pantalla de la sala, lo delataban ante toda la profesión como un niño travieso haciendo pellas.

En aquellas tumbonas del cumpleaños hollywoodiense comenzaba con él todo lo que nunca se ha terminado. Una jornada memorable y brutal en la que no vivimos otra fiesta que la de conocer a Juan Gatti, que ha sido y es en nuestras vidas la fiesta que no acaba nunca, como el París de Hemingway.

Juan Gatti: un repaso a su trabajo
juan gatti

Gatti nos adoptó desde el principio y Dunia y yo, que nos sentíamos visitantes de un mundo que no estaba previsto para nosotros, nos enamoramos de ese eterno niño ariano, de su brillantez, su bagaje infinito y sobre todo de su incisivo sentido del humor. Juan había llegado a nuestras vidas para quedarse y, sin pretenderlo, para enseñarnos mucho.

A partir de aquella primera noche sucedieron muchas otras en muchos veranos y en diferentes lugares; Marbella, Madrid, Tánger, París, Donostia o Buenos Aires. Exposiciones, viajes, cenas, estrenos y trabajos compartidos muy disfrutados. Siempre con Elena como cómplice hacedora de encuentros imborrables y experiencias que sin duda me han construido como cineasta y como persona.

Cada vez que volvíamos a las cenas o las fiestas de nuestra querida amiga, buscábamos entre todos los invitados, que eran muchos en cantidad y calidad, la complicidad y compañía de Gatti. En cuanto podía, allí me apalancaba junto a él, creándose siempre entre los dos un lúdico y lúbrico aparte, que duraba las veladas enteras, disfrutando de la incalculable transferencia creativa que supone simplemente charlar un rato con él.

Su gran exposición retrospectiva me viene muchas veces a la cabeza y revisito su catálogo; recuerdo que acudimos a verla primero en Madrid y más tarde en Buenos Aires, a donde lo seguí con una buena troupe de incondicionales (Alaska y Mario, Elena siempre, Patricio Binaghi, David Delfín, Luis Arias, etc.), amigos y admiradores de un mundo, el suyo, donde todos nos sentimos tan representados y acogidos que acabamos por hacerlo nuestro por ese derecho que nos otorga el amor.

Allí, pudimos además conocer también a sus otros amigos argentinos, tan divertidos y elocuentes como él y tan ávidos de su compañía e influencia como nosotros mismos. Y ese precioso apartamento detrás del mayestático Edificio Kavanagh, casi como un apartamento de soltero de los cincuenta para una comedia de Rock Hudson. Todos los escenarios de Juan Gatti (los que crea en sus sesiones o también su casa de Madrid o su estudio) son escenografías donde poder imaginar que otra vida de ficción es posible al margen de la vida misma. La gran belleza del mundo imaginado. Un romántico.

Juan toca con su obra un universo amplio en el que consigue referir o reinterpretar con precisión, ironía y un impecable buen gusto, muchas de las tendencias y corrientes artísticas del siglo XX. Gran conocedor de todas, no solo desde su puro aspecto formal sino de su contenido más esencial. Su danza a través de la inmensa información plástica que controla y su mirada siempre esclarecedora multiplican y dan sentido a las obras de aquellos con los que participa. Juan Gatti no necesita verse a sí mismo necesariamente en todo lo que hace, sin embargo, consigue transmitir un mundo personal, identificativo y sin titubeos. Esa comunión entre talento y oficio, independencia creadora y mercado se da en pocos creadores hasta convertirlos en imprescindibles. Juan lo es.

He tenido el privilegio de contar con su trabajo hasta el momento en media docena de proyectos (tres películas y tres montajes de teatro) y espero que haya muchas más. Las veces que he tenido que acudir a su estudio para recibir sus propuestas de créditos, fotos de promoción o carteles para mis películas o montajes teatrales son siempre días felices, intensos y en los que me invade incontroladamente la ilusión por vivir en y del acto creativo: como un prematuro día de estreno. Hay mucho más que recordar, en anécdotas, aprendizajes, proyectos, en, también, amigos que tristemente despedimos juntos, pero siempre hay un lugar en su mundo para pensar que es posible seguir imaginando tiempos nuevos y mejores.

Mi vida es mejor por contar con el influjo y la amistad de Juan Gatti; mi casa de Madrid, llena de sus dibujos y bocetos, así lo confirma, pero también mi trabajo después de conocerlo y mis días mismos.

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